Hace rato que no escribo. Lo sé. Mentalmente, se me van apareciendo ideas y cosas que quiero poner acá. Y después se me pasa el día y no hice lo que había planeado. Te pasó alguna vez?
En mi defensa debo decir que ya no dispongo de tanto tiempo en el trabajo (sí: escribo en el laburo!!!). Y es que después del último ataque de nervios que le agarró a mi jefe, estoy “a reglamento”, y eso me demanda más esfuerzo del que necesito para realizar mis tareas que cuando estoy a gusto.
Es que la injusticia me saca. Me enerva la idiotez. Y si me acusan de algo, cuando yo NO tenía nada que ver con eso… mirá… me agarra el ataque y grito y pataleo y agarrate porque cuando me indigno…
Es un extraño mecanismo el que se me estalla por dentro cuando me levantan la voz. Y es que ya no escucho razones. Ni peros. Ni nada. Y encima me vuelvo como destructiva. Y hago todo lo contrario a lo que espera el que me amenaza. No me importa si me perjudica, ya no me interesa si no tengo razón. No escucho más. Me anulo. Comienza a gestarse en mi cabeza una niebla que sólo deja ver que voy a hacer lo “estrictamente” necesario para pasar la jornada laboral sin sobresaltos para mí. Para el resto no me importa.
Y no es que genere tropiezos a propósito. Sólo los dejo suceder. Ya no preveo (como antes, como siempre). Y después los soluciono en tiempos normales. Y eso deriva en demoras y traspiés. Y no me importa nada.
El único inconveniente (para mí) es que me agota. Pero me satisface. Ay, quién me entiende?